Novia descalza
- tintaytal
- Oct 7, 2022
- 3 min read
Me casé a 18 días del huracán María. La isla había quedado devastada. No había servicio de luz ni de agua potable y algunas calles estaban incomunicadas. Un verdadero caos. Nosotros, sin embargo, había permanecido intactos en el piso veintidós de aquella torre fuerte. La boda era el 10/07/17 y no quería cambiar la fecha, aunque pocos entendieran el juego de números. Mi marido no es muy entusiasta de las bodas o cualquier festejo; no come bizcochos y no le gusta soplar velas. A él le daba igual si era ese día, en par de meses o nunca. La del baile y la pachanga era yo. Como no sufrimos desgracias ni mis familiares y tampoco amigos entonces seguimos adelante con nuestro plan; aunque modificado.
La boda ahora sería en la playa, con mínima decoración y un cuarto de los invitados. Luego, iríamos al único restaurante que abrió para actividades privadas con un menú limitado. El plan inicial era un jardín botánico con veredas de cemento, pero en la arena no sé caminar con zapatos. Desde chica aprendí a caminar descalza en cualquier superficie: la grama del patio, las rocas lisas del río, la ardiente arena en verano. Era como si la planta de los pies se comunicara íntimamente con la naturaleza y, la tierra, me transmitiera su sentir.
Tenía todo preparado menos los zapatos. La mayoría de las tiendas de zapatos estaban cerradas. Mi amiga Lucía me acompañó a buscar unas sandalias más emocionada que yo. Fuimos a las tienditas de la plaza pública de Río Piedras. La zona parecía de posguerra. El ruido de los generadores, la gente vendiendo hielo, frutas y lumbreras o cosas para sobrevivir y nosotras buscando zapatos de casamiento playero. Las conseguimos; unas sandalias cómodas que combinaban con el vestido y tenían una franja dorada en el empeine. Más que suficiente. El par no costó más de diez dólares.
Las flores habían sido preservadas en una nevera milagrosamente desde antes de los huracanes. Las damas fueron con su mejor vestido playero que tuviesen no necesitase plancha. Una de ellas puso muchos peros para la boda poshuracán. Que era una imprudencia, que había gente muriendo, que haría más calor, que tenía cistitis y que llegaría, pero tarde; aunque fuera en pañales. Desde que me puse el vestido, o tal vez desde antes empecé a ignorar mensajes y llamadas con consejos. Ese día me peinó mi hermana, me maquillé yo y salí a casarme con una mochila y muchas cosas en las manos. La decoración sería instantánea. O sea, poníamos las cosas tn pronto llegaramos más que para la foto, para ambientar el recuerdo para siempre.
Entonces me escribe la de los peros: —No tengo zapatos. Voy a ir en sandalias de plataforma.
—OK.
—Va a llover. ¿Cuál es tu plan B?
—El plan A era que no viniera un huracán. Este es el plan C. Si llueve, nos subimos a los carros hasta que escampe. O nos metemos debajo de las palmas. Me casaré con sol o bajo lluvia.
Hizo un sol perfecto. Las palmas estaban despeinadas y había poca gente. Una patrulla se paró cerca y pensábamos que nos sacarían, pero más que todo estaban como espectadores.
Llegamos y caminé hasta la entrada de la playa. Sentí innecesarias las sandalias. Dos o tres pasos más y me las quité. Era como entrar a algo sagrado, intimo. A pesar del desastre días antes, ese día nos dijimos sí por primera vez, pero se sintió como otra de tantas veces. Quiero decir que nuestro amor ya había sido probado por el tiempo, huracanes y otras debacles. Nos besamos tomando la cara del otro en las manos, con fuerza. Bailamos con los pies descalzos, calzados y cansados, en la arena, al ritmo de tambores tocados por músicas ellas. Comimos comida rica y caliente; como no pasaba en dos semanas o más. Amamos; como si el amor no sufriese estragos.

Comments